lunes, 9 de junio de 2008

Sin fecha de caducidad.



Tengo diez mil palabras en mi cabeza, imposible acomodarlas.


Suena el telèfono a las 6:40 de la mañana del dìa seis del mes seis, mi cumpleaños. "Aquì vamos", pensè. Todo un fin de semana de festejo estaba planeado que comenzara en cualquier minuto con la primera llamada de felicitaciòn del dìa.


- ¿Bueno?

- Sergio, tu suegro, un paro cardiaco fulminante, ya no hay nada què hacer.


Todo cambiò en un segundo. El panorama da un giro y mis palabras torpes hacen llegar a Kare el telèfono. Comienza a llorar.


Al llegar a su casa, me reciben con un abrazo y alguna extraña mezcla de palabras entre "felicidades" y "lo siento mucho". Mi suegro recostado en la cama, con un rostro lleno de paz, de descanso. Fue una larga lucha de años con un final lleno de la tranquilidad que la vida pareciera haberle negado dìas antes.


Mi suegra buscaba distraerse con los tràmites que los vivos tenemos que hacer en nombre de los que ya no tienen que lidiar con esas tonterìas. Llamadas, nùmero de contrato del servicio funerario, firmas sobre lìneas y demàs burocracia para lograr que el mundo te crea que èl ahora es libre.


Todos caminabamos de aquì para allà, como buscando una explicaciòn en los cajones. Me sentì tan inutil como un foco encendido a la mitad del dìa en el desierto. Apenas un dìa antes habìamos comido con èl, apenas un dìa antes lo habìa escuchado hablar de futbol, apenas un dìa antes lo habìa escuchado decirme "gracias por venir" cuando yo salìa por la puerta. Entonces ¿què pasò?


El egoismo es el peor enemigo de la muerte. Mientras la persona en turno comienza su viaje a un hermoso lugar lleno de vida, nosotros golpeamos su pecho y echamos mundos de aire en su boca, como exigièndole que se quede aqui entre el dolor y las trivialidades de los vicios del mundo. Ahora no necesita piernas para correr ni ojos para saberse querido, nosotros no entenderìamos.


Casi puedo verlo en estos momentos sentado con sus padres, tomando cafè y contàndoles sobre la boda de la ùnica de sus hijas, dicièndo que le daba pena bailar, que querìa evitar llorar pero no podìa porque la alegrìa era mas fuerte. Hablando sobre el tio que cayò en la alberca y la prima que tirò el refresco. Y mientras nosotros, por el contrario, sin poder entender los pasos de la vida, lo natural que es morir, lo bello de una dulce despedida.


La importancia de los amigos. Es impresionante toda la gente que acudiò a decir adios, no podìa evitar recordar aquella escena final de Big Fish. Personas de todas las èpocas y de todos los tipos, con el comùn denominador del amor hacia ese gran señor y su familia. Gente de lejos no dudò en viajar para lograr estar al menos algunos minutos a su lado.


En el panteòn el calor era fuerte, el silencio envolvìa el ambiente, sòlo se escuchaban los pasos de quienes ahì estàbamos. La caja aùn abierta, no es fàcil asimilar que al cerrarse no lo volverìamos a ver, al menos por un tiempo. No lograba evitar pensar que yo no podrìa tener la mitad de la fortaleza de Kare y su mamà si algo asì me pasara, simplemente no podrìa.


Serà difìcil ahora entrar a su casa y no verlo en el escritorio pidiendo un taquito de harina y renegando por el mal partido que los tigres habìan dado el dìa anterior. Serà difìcil entrar y no escuchar su mùsica que tanto querìa mientras leìa el periòdico con su lupa.


Pero, ¿por què sentimos pena por èl? La realidad es que nosotros somos quienes nos quedamos a seguir lidiando con la oficina, el tràfico, el ruido, la contaminaciòn y las injusticias. Èl ya està finalmente teniendo ese merecido descanso, èl ya està en la luz, deberìamos poder sonreir y dar gracias por eso.


Nos vemos en un rato por aquellos rumbos, mientras tanto no se preocupe, la cuidarè bien.


Descanse en paz, Ing. Josè Francisco Càrdenas Àlvarez.
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