Todos nos autocensuramos. No es una pregunta,
es un hecho. Aún el más liberal de la lengua, pluma (o teclado), que se jacte
de decir cualquier cosa que piense sin filtro alguno, tiene por ahí un listado
de ideas que no expondría a terceros. Es natural, hay temas que simplemente no
quisieras que tus padres, algún hermano, amigo o novia(o) te leyeran, ya sea
por pena o porque podrías llegar a herirlos en cierto grado.
La realidad es que somos seres sociales. Nos
guste o no, vivimos rodeados de personas, y por ende, interactuamos e
intercambiamos mensajes. “La comunicación es un intercambio de ideas entre un
emisor y un receptor”, solía decir mi maestra de español de 5° A de primaria.
No debemos sentirnos mal por autocensurarnos,
es uno de los engranes que hacen que las sociedades sigan funcionando. No puede
uno andar por la vida diciéndole al vecino que es un flojo o que su hija es una
malcriada. O decirle a tu mejor amiga que has tenido sueños eróticos con ella. Es
sentido común, hace que las cosas funcionen.
A veces traigo en la cabeza cosas que quiero
desahogar escribiéndolas aquí, pero simplemente no lo hago. Sí, yo sé que nadie
lee esto, pero si algo me ha enseñado la vida (además de cómo tratar migrañas)
es que tarde que temprano todo se sabe.*
Y no quiere decir que tenga una vida oculta
como narcotraficante o que dirija una red clandestina de prostitución en los
suburbios de Chicago, son cosas que quizás tú y yo compartimos, simplemente no
las platicamos por lo ya comentado, la sociedad y todos esos males necesarios.
Cuando escribo algo formal, algo que debe tener
cuerpo, mensaje y demás estupideces que inhiben la creatividad, siempre me
preocupa cómo cerrar las ideas, cómo dar punto final al texto. Eso de tener que
englobar las ideas y dar una conclusión estructurada me quita las ganas de escribir.
Lo bueno de hacerlo aquí, es que puedo terminar el texto en cualquier momento,
sin pedir permiso o avisarle a alguien, simplemente pongo un punto y se acaba
así, como magia.
*Aplican restricciones.